viernes, 29 de agosto de 2008

Volverte a ver

Ayer te volví a ver. No, no en mi molesta memoria o imaginación, como suele ocurrir desde hace algunos meses. Te vi otra vez, materializándote entre sacos, playeras, chamarras, camisas y zapatos, en un espacio en el que nunca te llegué a conocer muy bien. Pero… ¿es que en realidad te llegué a conocer siquiera medianamente bien en ese o en otro espacio? No. (Y no, no creo que cuente mi cama, en donde te sabía –no conocía- muy bien, a pesar de tu cierta reticencia a la expresividad). Por eso creí que me ibas a mandar a la chingada cuando lo que querías era pedirme que anduviéramos bien. Y por eso ni se me ocurrió que ya me habías mandando la chingada cuando se supone que ya andábamos bien. Ya me habías mandado porque, con tantos pantalones que vendes, no pudiste ponerte unos aunque fuera prestados y un ratito para avisarme que tu mami había dicho que mejor siempre ya no.
Ayer, entre nosotros, parecíamos dos apariciones neblinosas, de ésas que, en los cuentos, sabes que están ahí pero no terminan de agarrar forma y su presencia es más bien desapercibida. Andábamos en el mejor papel de empleado - cliente, entre tratando de no encontrarnos y con cara de nada si pasábamos más cerca, hasta que fue inevitable cruzarnos por centímetros (o así lo sentí), y ya hubiera sido de plano muy ridículo hacer como que me regresaba a ver el mismo suéter por cuarta vez o como que algo en el extremo opuesto llamaba poderosamente mi atención y corría maravillado hacia él. Sospecho que si no te hubiera dicho “hola” muy rápido, viendo pa otro lado y aventando la mano, tú ni me hubieras saludado. Sí, yo te pedí que no me volvieras a hablar, ¿pero había que ser taaan literales? Yo lo soy… a veces. ¿Tenías miedo de algo o simplemente te doy exactamente lo mismo que nada? La neta, la neta… de vez en cuando me gustaría saber si de vez en cuando te acuerdas de mí. Que no lo hicieras… creo que eso sí sería feo… ¿no?
Sabía que ahí podías aparecerte. Pero no iba a dejar de ir nada más por eso, ¿o sí? Ya bastante habías desordenado mi vida. Además dijiste que te ibas. Creo recordarte diciéndolo con tu más patético tono de amor contrariado de García Márquez mal copiado. Y creo recordarme también haciendo como que te creía con mi más estúpido tono de “con los ojos cerrados” de Gloria Trevi mal entendida. Ahora sí, ya sabemos bien que no.
¿Pero qué…? No estuvo tan mal, ¿eh? Digo, lo de volverte a ver. Con todo el riesgo –y hasta la posibilidad- de parecer –o estar- ardido, déjame decirte que te veías con un tanto de… desmejoramiento. Pobre. Siempre –siempre en las tres semanas que nos vimos- te dije que eso de andar trabajando tanto no es bueno. No me hiciste ni me haces caso. ¿De qué te quieres distraer? Ése es tu problema, claro, y no me interesa ni me importa. Lo que sí me importa es confirmar que una vez visto el fantasma la mitad del miedo ya valió madres. Y tú más bien ya estás tirándole a uno de casa de los sustos de feria de pueblo.

1 comentario:

Jøëy dijo...

:S

Esos encuentros son peligrosos... hazme caso, llevo 4 años encontrandome a un ex y desencontrando mi dignidad!!!

Saludos.